Silenciosa, llena de amor. Solicitando permiso para salir, sin querer irse. Un aumento inusitado de aire colma las partes de ambos. Pero yo estoy momificado. Afuera llueve, y el sonido se convierte en una cascada de nostalgias por un domingo cercano. Quedo sólo, eso si, plácido de mi existencia y de saberme tranquilo. Ella en cambio, tiene sus párpados gachos, adornando una velada taciturna con el reflejo de un televisor en cada uno de sus iris. La historia de ese fin de semana, llega a su fin.
Le pido un taxi y se va.
lunes, 3 de mayo de 2010
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